martes, 8 de enero de 2019

Escraches: un debate que se debe dar el movimiento feminista

Por A. Bants - (Estudiante de Lic. en Comunicación UNGS - Secretaría de Cultura y Expresión del CeUNGS)


En las últimas semanas, hemos visto una acumulación de casos de violencia hacia las mujeres y, a la par, una acumulación de bronca e indignación ante estos hechos. El disparador de toda esa impotencia acumulada fue el testimonio de Thelma Fardín, que desató una proliferación de acusaciones en las redes sociales, hechas por mujeres que sufrieron los más variados tipos de violencia machista. Incluso al día siguiente de la denuncia pública de Thema, hecha el 11 de diciembre, se registró un aumento del 240% en las llamadas a la Línea Nacional contra el Abuso Sexual Infantil. Todo esto no quiere decir que este tipo de agresiones surgen ahora, pero resulta evidente que hay cada vez menos tolerancia a la violencia machista. Este fenómeno impone la necesidad de detenerse y reflexionar acerca de los nuevos ánimos de lucha que expresan las mujeres, pero también en torno a los escraches como método y sus implicancias, ¿Qué tan efectivos son para derribar al patriarcado?

El escrache surge de la aceptación de que quienes agreden a las mujeres no representan casos particulares, sino que son producto de una cultura patriarcal: un sinfín de denuncias desatendidas que culminan con la muerte de mujeres, violadores absueltos, hombres que acosan y amenazan a diario impunemente, etc. Vivir en carne propia todas estas situaciones, y entender que esto es el corolario de una sociedad putrefacta, genera una gran impotencia. No creer en la justicia empuja a un montón de mujeres a tomar el toro por las astas e intentar conseguir por ellas mismas que los violentos tengan al menos una condena social, en ausencia de una condena judicial.

Por supuesto que la motivación para escrachar no parte solamente de esa razón, sino que es central también la necesidad de la víctima de expresarse, por un lado, y de advertir a otras posibles víctimas para que no pasen por las mismas situaciones. Básicamente, un acto de "sororidad". Lo progresivo de esto es que las mujeres comienzan a percibirse como grupo oprimido y a desnaturalizar ese hecho. Lo que falta ahora, es reconocerse como grupo oprimido, además de por el género, por la clase social.

Este elemento que todavía no se expresa en la lucha de las mujeres, es el que conduce a diluir las diferencias de clase, y a pensar que las mujeres inmigrantes, o trabajadoras, o pobres, son igual de oprimidas que Christine Lagarde, por ejemplo. Sin embargo, la realidad es que hay mujeres que oprimen mujeres porque existen diferencias de clase insoslayables: un ejemplo ilustrador es el de las trabajadoras domésticas de Nordelta, que día a día padecen la discriminación, sometimiento y humillación de sus patronas. Esas mujeres tienen que trabajar largas horas, la mayoría de las veces en negro, para ganar una miseria que apenas les alcanza para alimentar a sus hijos, y cuando llegan agotadas a sus hogares tienen que seguir trabajando: lavar la ropa, limpiar la casa, cuidar a los niños, etc.

En una entrevista realizada a Rita Segato sobre los escraches y la denuncia de Thelma Fardín, publicada por Página 12[1], la antropóloga afirmó que lo que existe hoy es un “feminismo del enemigo”, y agregó que “el feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos naturales”, “que la mujer del futuro, no sea el hombre que estamos dejando atrás”. La concepción instalada actualmente en el movimiento de mujeres que las homogeneiza como víctimas, y a los hombres como victimarios (de hecho o potenciales), constituye la estrategia de las clases dominantes para perpetuar su dominio: “divide y reinarás”.

La disgregación de los sectores sometidos de la sociedad es algo que data desde hace décadas. A fines del siglo XVIII, como consecuencia del ingreso de las mujeres a las fábricas, los hombres trabajadores comenzaron a organizarse para excluirlas del mercado laboral, dado que la mano de obra femenina era más barata y tiraba a la baja los ya miserables salarios. Los hombres veían a las mujeres como sus enemigas, y no a los empresarios que bajaban sus salarios, lo cual era un gran límite para una organización real. Este es solo un ejemplo para dar cuenta de lo errada que es la estrategia divisionista. A la exclusión que los hombres ejercen sobre las mujeres, no se le debe oponer más exclusión, todos los movimientos deben unir filas para terminar con la opresión.

Quienes se ahorran una enorme riqueza a condición de pagar salarios inferiores a las mujeres y de mantener sin remuneración el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, fundamentales para la reproducción del trabajo, son los empresarios. Sobre estas bases materiales descansa la violencia machista, que es ejercida por los hombres en el marco de una sociedad que coloca a la mujer en un lugar subordinado. En última instancia, los femicidios son el último eslabón de una cadena de violencias que el Estado y sus instituciones legitiman y reproducen (lo cual no quiere decir que los hombres estén exentos de culpa). La desigualdad de género se da dentro de una sociedad ya de por sí desigual. Por supuesto que las condiciones para las mujeres en esa sociedad son todavía peores. Tal como señalaba Flora Tristán: “Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero”.

Por todo esto, es claro que los escraches son solo un parche, dado que son una herramienta de punición que se dan las mujeres una vez que el daño ya fue hecho. Debemos empezar a discutir soluciones al problema de fondo, para evitar que los femicidios y cualquier forma de violencia machista ya no ocurran nunca más, y para ello es necesario un cambio cultural que no va a darse de la nada, sino con una gran lucha por conquistar las condiciones materiales que necesitamos para salir del lugar subordinado en el que estamos. Si creemos que los agresores no están locos, sino que son “hijos sanos del patriarcado”, lo que debemos hacer no es luchar contra los hombres, sino contra el patriarcado y el sistema social que de él se vale para explotar en mayor medida a las mujeres.

No estamos en desacuerdo con los escraches en sí, opinamos que se debe acompañar a la víctima en la decisión que quiera tomar, para expresar su dolor o para advertir sobre el peligro de relacionarse con determinada persona, solo que no lo compartimos como estrategia para vencer al patriarcado: la lucha de las mujeres no puede terminar ahí. Como expresa Mariana Mariasch en una nota publicada recientemente En La Izquierda Diario[2], el feminismo es un movimiento que conseguirá su fin cuando deje de existir, es decir, cuando ya no exista opresión entre géneros. Es imperante pensar y debatir la estrategia que nos debemos dar para tirar abajo el patriarcado





[1] “El problema de la violencia sexual es político, no moral” | Entrevista a la antropóloga Rita Segato, una estudiosa de la violencia machista - https://www.pagina12.com.ar/162518-el-problema-de-la-violencia-sexual-es-politico-no-moral
[2] La pregunta incómoda - ¿Estamos promoviendo más tabúes? Ideas de Izquierda invitó a Marina Mariasch e Ileana Arduino para seguir reflexionando sobre los debates que abre un movimiento de mujeres que desnaturaliza lo naturalizado y crea nuevos sentidos.
 http://www.laizquierdadiario.com/La-pregunta-incomoda